Tu presencia...
Cierra los ojos, le dije. Así podrías visualizar lo que yo quería, y, con suerte, sentir un poco de lo que yo sentía.
Piensa en un momento feliz: en ese cumpleaños, en esa fiesta, en ese primer beso. ¿Lo hiciste?
Sostén ese pensamiento. No lo dejes ir. Deja que te inunde, que recorra cada parte de ti, hasta llenar cada rincón. Que, pase lo que pase, eso sea lo único que mantengas más presente. ¿Estás listo?
Ahora imagina que, un día, te despiertas con un cansancio inexplicable. Sientes el cuerpo pesado, y, por más que lo intentes, no puedes levantarte… aunque, al final, lo haces. Pasas el día como si estuvieras envuelto en una neblina de sueño y agotamiento, sin energía. No importa qué tan bien hagas tu trabajo, ni cuántas historias o chistes te cuenten; nada consigue hacerte sentir mejor.
¿Sientes el cambio? ¿Se sintió brusco? ¿Más fuerte de lo que esperabas?
Esa sensación de estar en la cima del mundo, para luego caer hasta el fondo, no te abandona. Solo se hace más intensa. Deseas volver a sentirte como al inicio, ¿verdad?
¿Qué puedes hacer? ¿Qué te puede ayudar?
A mí solo me ayuda tu presencia… aunque, muchas veces, es ella misma la que me hace caer.
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